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LA FOTOGRAFÍA,

el arte de dibujar con la luz, es un ejercicio de observación y el resultado un golpe de suerte. Una buena foto la hace cualquier maquina; una buena serie la hacen solo los fotógrafos. Cuidado, son verídicas y sin embargo mienten. Empiezas buscando la felicidad que te da conseguir una imagen única y bella, pero cuando te metes en el ajo te das cuenta que sin proyecto fotográfico no eres nadie

Dedicado a mi MARIBEL, por su apoyo.

LA MIRADA OBLICUA: GABRIELI GALIMBERTI

 2020/11/05

LA MIRADA OBLICUA


“Detenerse, ver, contemplar y pensar la imagen es un acto político que necesita ser elaborado desde una poética que nos ayude a imaginar futuros posibles. Futuros cuyos límites habrán de ser siempre contingentes y diversos”

(Luis González Palma)


© Gabriele Galimberti

 


GRACIELA DE OLIVERIA

Se ha podido viajar de Montevideo a Milán durante la cuarentena porque el aeropuerto uruguayo se ha mantenido abierto.

Pero en esta fotografía hay otro viaje: al pasado reciente. Pasaron seis meses desde que esa mujer fuera retratada por Gabriele Galimberti contemplando un ataúd en la morgue de uno de los mayores cementerios de Milán.

“¿Cómo podemos llorar la pérdida cuando el coronavirus nos obliga a separarnos?” Pregunta Craig Welch en la nota de National Geographic, que esta y otras fotografías ilustran con reflexiones sobre cómo la pandemia ha cambiado los ritos funerarios.

En la imagen, del rostro de la mujer que contempla, sólo vemos el reflejo en eco por el doble vidrio que separa el pasillo de la sala, otra manifestación de que la imagen especular continúa siendo un motivo alegórico para el encuadre fotográfico. Entre los dos vidrios, la inerte cámara de aire resulta ser el único espacio incontaminado, fuera de allí todo está afectado y puede ser contagioso.

Craig Welch menciona que Paula Bronstein, quien documentó guerras, terremotos y hambrunas, no estuvo preparada para ver —desde un coche de alquiler—cómo enterraban el ataúd de su padre. Muchas preguntas podrían desprenderse de estas declaraciones.

¿Cómo encaran sus trabajos los profesionales de la comunicación cuando el que se muere es un desconocido? ¿Cuánto pueden documentar sin anestesia emocional?

Craig Welch  también trae a su nota a George Bonanno, quien hablando del duelo nos asegura que el dolor y la tristeza “son muy adaptables” y que, estadísticamente, casi dos tercios vuelven a la normalidad tras unos pocos meses, un cuarto tardan uno o dos años, y del cinco al diez por ciento pueden necesitar muchos años para afrontar una pérdida.

¿Ilustra la fotografía de Gabriele Galimberti estas declaraciones?, ¿asiente él con ellas? ¿Hasta qué punto acuerdan los fotógrafos las notas periodísticas que sus imágenes acompañan?

Duelo y trabajo: En Indonesia el fotógrafo Joshua Irwandi trató un cadáver momificado al estilo siglo XXI.
En Caracas, la abuela Martina (foto Andrea Hernandez) tiene, aunque un poco abandonado, un taller de costura para hacer algo en casa.

En Milán, Gabriele retrata un reflejo humano frente a su doble posibilidad de muerte. O quizá sea un retrato de la humanidad del Norte toda y sus mausoleos asépticos. Que el Sur sea nuestro Norte, propuso Torres García en 1943. En el Sur, tantas muertes se producen a la intemperie y son enterradas en fosas comunes. Desde hace siglos. Y los duelos aún prosiguen.

 


MARIANO HORENSTEIN

¿Cuál es el centro de gravedad de una imagen? El punctum, ese anzuelo en donde muerde nuestra mirada es un asunto de quien mira, atado a cómo la imagen gatilla circuitos diferentes en cada espectador. Nuestro modo de mirar es también un modo —único— de responder a los estímulos del mundo. Cada quien mira lo que puede, desde dónde puede.

Como siempre, aunque aquí de modo más notable, es la imagen la que nos mira. Mejor dicho, un par de rostros enmascarados (¿o son uno en realidad?) miran el cajón de madera lustrada, sobrio envoltorio de un cuerpo al que solo puede velarse tras un vidrio.

Habrá alguien para quien la nitidez del féretro sobre ruedas capture su mirada. En mi caso son los ojos que miran quienes me atrapan. Suele representarse a la muerte de modo brumoso, fantasmático. En cambio aquí son los rostros los que se difuminan y el cajón aparece inapelable. Sin nadie que lo empuje, podría pasarse una eternidad allí.

Nos toca un tiempo en el que los rituales están condicionados. La muerte precisa de rituales, bajo pena de prolongar el dolor ad infinitum. La pandemia obliga a despedirse de lejos, potencia la soledad de los muertos tanto como la de los vivos.

Fotografiar también es un ritual, un modo donde lo que se pierde logra socializarse. Aunque sea a través de un cortejo de pantallas. Aquí y allí, por medio mundo, la imagen desplegada en nuestras pantallas consigue restituir la compañía, la dignidad de una despedida.

La trama de pequeños mosaicos grises de la pared parece un tapiz apretado de ceros y unos, una trama digital que acentúa el carácter fantasmático de lo que se muestra. También los números en los papeles, el orden de los muertos quizás, replican ese efecto: de algún modo, nuestras biografías pueden codificarse como un puñado de ceros y unos. Nos ilusionamos con tener cuerpos, historias, vínculos, y al final del camino nos encontramos reducidos a una cadena numérica.

La peste, por momentos, pareciera destilar algunas marcas de la especie que la normalidad a la que estábamos acostumbrados velaba.

 

ROS BOISIER

La distancia no solventa el temor por el deseo. Prolongada incertidumbre. Devenir en pérdida la vida. Distancia entre unos reflejos que son cuerpo y un cuerpo hermético oculto. La cercanía emocional también como distancia, como distancia de alerta. Marcar distancia para la despedida. La distancia como frustración.

La imposibilidad de la despedida por distancia obligada, esa que funciona como señal de peligro y que respetamos sin opciones, ¿y por miedo? ¿Cómo ejerce el miedo entre un ser amado que hemos perdido y la propia vida? ¿Cómo gestionamos una despedida tan abrupta, estructurada y restrictiva?; ¿es esta situación límite un consuelo ante la pérdida? No lo sé, no quiero saberlo. Saber aquí es haberlo vivido.

Esta imagen de la pérdida, de la despedida, de la distancia y de la espera es consecuencia de unas circunstancias y a la vez predicción de unos acontecimientos, ambos lamentables.

Si en un momento la ignorancia nos había exculpado, ahora, esa entendida ignorancia… La respuesta correrá a cargo de la Historia, ella dispondrá ante nosotros su inteligencia para permitirnos analizar con perspectiva, mientras tanto, las preguntas no cesan porque es la herramienta (como la imagen también lo es), con la que interpelamos, nos interpelamos: entonces, quiero saber (para conocer), ¿cuántas escenas como esta o como la de la fotografía de Joshua Irwandi necesitamos ver para comprender la relevancia del momento que estamos viviendo? O, acaso, ¿debemos vivir las circunstancias, padecerlas, porque las imágenes y los relatos nos distancian de los hechos más que acercarnos a ellos?.

Este no es un cuestionamiento hacia aquellos que no se resignan a sacrificarse por el bien común, tampoco la reafirmación para los resignados, es la interpretación de algunos hechos recientes mediante la lectura de datos y la observación social.

 


LUIS GONZÁLEZ PALMA

Toda persona que muere, muere sola, pero no del todo. En la cultura occidental la despedida de un ser querido es un ritual y, como todo ritual, tiene sus reglas, sus secuencias y su tiempo. El ritual de despedida es indispensable para empezar a elaborar el duelo.

La pandemia ha modificado nuestros rituales de muerte. Las medidas preventivas no permiten la cercanía, ni con el muerto, ni con el féretro, y en general, tampoco con los seres cercanos y con ello se genera una experiencia inédita relacionada con el velatorio, el entierro o la incineración.

En relación a esta foto, percibimos la totalidad de un instante cuyo foco se centra en ver un féretro. Cualquier otro detalle carece de toda importancia.

Pero, ¿qué es lo que estas dos personas (no el fotógrafo que las registra) ven cuando ven ese féretro? ¿Qué pasa por sus cabezas al ver ese ‘recipiente’ en donde morará eternamente su ser querido? Pienso que al ver un féretro no vemos lo que vemos: un espacio ocupado por un cuerpo muerto, habitado por millones de bacterias que trabajaran para desnudar a un esqueleto. Todo lo contrario, vemos un manojo de recuerdos visuales, olfativos, táctiles y sonoros que se entremezclan, se sobreponen, se entrecruzan. Recordamos con los ojos vaciados: no vemos, sentimos. Es así porque una parte nuestra muere con el otro. Nuestra mirada se cancela y, perdiendo su sentido, muere por un tiempo. El féretro no es una imagen fija, es una especie de pantalla en donde proyectamos la pérdida.

Podría aventurarme a decir que nuestras vidas transcurren en espacios dentro de espacios. La piel humana es la frontera de nuestro cuerpo, el féretro funciona como una piel simbólica para el cadáver, el cementerio, la piel de donde se encontrará lo que llamamos ‘la última morada’. Un nicho tapiado y una lápida para el olvido. Espacios dentro de espacios, pensados y construidos para albergar memorias que el tiempo se encargará de disolver y convertir en olvidos.


 

Publicado en LUR. Es una publicación de Muga, editorial especializada en teoría y escritos sobre fotografía

 

La mirada oblicua es una iniciativa de Luis González Palma a la que invita a Graciela De Oliveria, creadora y directora del proyecto Demolicion/Construcción (Córdoba, Argentina), al psicoanalista Mariano Horenstein y a Ros Boisier, codirector de LUR,  a “que escribamos sobre las imágenes de la pandemia del COVID-19 que considero relevantes de ser pensadas y verbalizadas” con el deseo de que “se genere un espacio de encuentro y diálogo en el que se reflexione y debata sobre las imágenes que configuran nuestra manera de ver el mundo en este momento de desconcierto e incertidumbre, pero también de resistencia y esperanza”.

 


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