¡Bienvenidos!

LA FOTOGRAFÍA,

el arte de dibujar con la luz, es un ejercicio de observación y el resultado un golpe de suerte. Una buena foto la hace cualquier maquina; una buena serie la hacen solo los fotógrafos. Cuidado, son verídicas y sin embargo mienten. Empiezas buscando la felicidad que te da conseguir una imagen única y bella, pero cuando te metes en el ajo te das cuenta que sin proyecto fotográfico no eres nadie

Dedicado a mi MARIBEL, por su apoyo.

LEYENDO A PEDRO TORRES HERNANDEZ, por Manuel Iglesias

 2020/12/27

Como una línea imperceptible, de la niebla, como podría ser también de la oscuridad, surge el manantial de la vida, el agua. No encuentra resistencia en su entorno y acude como respuesta  al latir de la naturaleza. Y tras la invocación silenciosa, indecible, parte en dirección indefinida. Pues ninguna dirección que le sea ofrecida por la mente, deja de abrir paso a la llamada del corazón sumergido.


Fotografía: Pedro Torres

 

Una es una de las fotografías que resultó participante en el “amigo invisible" de este este año, en la AFCSR de Jaen. Pedro, su autor, pronunció en la reunión virtual unas palabras que surgieron de un corazón sumergido.

Más o menos, estas fueron sus palabras:

“Ha tenido que venir este virus y causar una pandemia con tantas muertes y sufrimiento para que valoremos realmente la importancia de las relaciones humanas, nuestra convivencia, cercanía y vivencias, la necesidad de nuestros abrazos y besos a través de los que podemos expresar nuestras emociones y sentimientos, en estos momentos cercenados.

¡Que tristeza vivir en un mundo sin ellos!

Ojala esta situación nos ayude a tomar conciencia de la importancia de nuestra convivencia para anteponer la ayuda mutua, colaboración, convivencia y solidaridad por encima egoísmos, individualismos y competitividad extrema, verdadero cáncer de la social actual que facilita extremismos  peligrosos que pueden desembocar en confrontaciones”




LA MIRADA OBLICUA: ANDREA HERNANDEZ BRICENOS

 2020/12/04

LA MIRADA OBLICUA

“Detenerse, ver, contemplar y pensar la imagen es un acto político que necesita ser elaborado desde una poética que nos ayude a imaginar futuros posibles. Futuros cuyos límites habrán de ser siempre contingentes y diversos”.

(Luis González Palma)



GRACIELA DE OLIVERIA

Si en Indonesia la fotografía de un cadáver anónimo causó tremendo debate, fue porque allí venían negando la pandemia a favor de supuestas conveniencias políticas.

En Venezuela, en cambio, las políticas de aislamiento generan conciencia social, aunque también, resignación. Esto viene siendo tema de los reportajes Retratos de la pandemia en América, en los que pareciera que el conformismo americano es generalizado.

Esta fotografía ­nos presenta a la familia de Donato y Martina, matriarca española que vive en Caracas desde joven, ambos ancianos y recluidos por la pandemia. No son actuales las fotografías, Martina cuenta que ella hizo el tejido de palma como soporte y fue pegando en él esos retratos. Como urdimbre vinculante es una metáfora de que la unión familiar está así, actualizada.

Miro el rectángulo y me lo figuro como un meet on line con sus participantes en la pantalla del ordenador: cuánto me gustaría pedir permiso para entrar a esta reunión y recibir de la mano de Martina su gesto ancestral de bendición, que como toda vieja sabia tiene el poder de bendecir a la distancia.

Sus declaraciones me colman de alteridad emocional. A pesar de tanta escasez circundante, su entereza me lleva a recordar a mi abuela, Ironda. Sus padres emigraron de Italia a Brasil en las primeras décadas del 1900. Ella, la hija mayor, siendo aún niña tuvo que ocuparse de sus hermanos y las tareas domésticas tras la muerte prematura de su madre; si hubiera sido la segunda, luego de un varón, igual le hubiera tocado el trabajo, así como ser la única sin tiempo para ir a la escuela. De adulta afrontó una difícil vida de campesina, crió nueve hijos entre las zonas rurales del sur de Brasil y el norte de Argentina. Fue, como Martina y su familia, de esa gente que acepta su destino. Invoco a Ironda porque hablaba como habla Martina, con conciencia de clase y dignidad. Ambas con una humanidad incólume en medio de una realidad detonada en tantos aspectos.

En el portarretratos acariciado por Martina, a excepción de la hija minusválida que cuidó hasta hace poco, todos están vivos.

Es lo que rescata esta foto de Andrea Hernández, y eso podría ser la principal diferencia del contenido grandilocuente de la fotografía de Joshua en Indonesia; redime la vida simple dentro de una situación generalizada y aterradora, los valores humanos como resistencia a toda calamidad externa. La entrevista le da entidad ,fotográfica y textual,  a Martina, y un acompañamiento que se extiende al lector. Al menos yo, me quedo en compañía de las voces de las abuelas, antes europeas y ahora de chamanas americanas.

 


MARIANO HORENSTEIN

A esta altura, es sabido que las imágenes nos miran. También se sabe que se mira desde la propia memoria.

Como no existen retinas vírgenes, contaré un breve relato. Mientras hacía mi carrera universitaria, uno de los amigos con quienes vivía tuvo la ocurrencia de inventar una galería de rostros. Recortábamos las caras de los avisos fúnebres del periódico y las pegábamos una al lado de otra en un panel colgado de la pared de nuestro piso de estudiantes. En medio de los rostros que no conocíamos, cada uno de quienes convivíamos pegó una foto carnet con su propio rostro. En una época en la que la muerte es algo que le sucede a los otros, nos mezclábamos con los occisos (muertos violentamente)  sin ningún inconveniente. El efecto que generaba pararse frente a nuestra galería de rostros era cómico. Nos veíamos y en el acto reíamos. Sucedió una que otra vez que alguien nos visitaba y reconocía a algún pariente recientemente fallecido. Y reíamos todos nuevamente.

¿Por qué relato esto ahora? Pues porque la imagen me evoca a nuestra antigua galería de rostros, solo que entretanto han pasado más de treinta años, la muerte ya es un dato relevante y no me causa ninguna risa.

Las fotografías miran desde dentro de otra fotografía y lo que se hace presente es la ausencia. La ausencia de los que han migrado o de los que mueren o de quienes crecen y mutan sin que quien mira pueda asistir al placer de ver cambiar subrepticiamente a quienes se ama. Quienes miran desde las fotografías formulan un reclamo sin palabras, interrumpen con su mirada la perorata de los políticos de un bando y otro. Sus miradas se convierten en una exigencia ética.

Y nosotros miramos como la anciana que mira y estira su mano para no alcanzar nunca las imágenes de aquellos a quienes ama. Su mano es mapa y reloj de arena, registra el tiempo que ha transcurrido desde que cada una de las fotografías que pretende tocar fue tomada.

No alcanzamos a tocar el dolor de la ausencia. Pero sí aprendemos algo acerca de nuestra mirada: que puede ser un instrumento capaz de tocar.

Si un ciego puede leer con las manos, nosotros podemos casi tocar mirando.

 


ROS BOISIER

Escena 2. Interior / día

 La primera impresión que he tenido al ver esta fotografía de Andrea Hernández es de haberla visto antes.
 ¿Cómo un déjà vu?

 No, como la repetición de una visualidad establecida y validada en los medios de comunicación, como una forma aprendida de mirar, fotografiar y transmitir un mensaje en el cual la fotografía apoya la información de un texto, no al mismo nivel que la palabra ni mucho menos al revés, que la imagen sea la que tiene la función de comunicar por sí misma.

(Pausa)

 A cuántas historias distintas podría acompañar esta fotografía? Me parece que a muchas.

 ¿Acaso esta polivalencia no es una de las cualidades de la imagen fotográfica?

(Pausa)

 Me parece que lo que esta imagen muestra es la representación de la tercera edad, la familia y las clases sociales humildes, temas que transportan por sí solos connotaciones no menos complejas que cuando los tres se constituyen en uno. ¿Tema recurrente?

 Con esta imagen se nos presenta una visión de la vejez y la familia en el contexto de la llamada clase trabajadora. Lo he visto antes, lo hemos visto antes y lo seguiremos viendo, y siempre relacionaremos el mensaje con ese contexto y sus connotaciones porque lo hemos aprendido a interpretar, lo hemos interiorizado.

  Hay algo más en esta fotografía.

  Sí, tras ella y lo que representa hay una historia de vida en un contexto muy concreto: la pandemia y sus consecuencias.

 Pero si vamos más allá de lo que muestra la imagen, es decir, a la información de la entrevista de la que la fotografía forma parte, sabremos que la historia detrás de esta es la de Martina Rodríguez, una española de 87 años que vive en Venezuela desde 1958.

  También sabremos que el portarretratos en el que vemos a sus familiares fue tejido con hojas de palma por ella misma.

(Pausa)

 ¿Podemos separar las imágenes de su contexto, del propósito por el cual fueron hechas, de quién las ha realizado y del medio de comunicación que las ha publicado?

  No, esto no es posible cuando se nos invita a pensar en las imágenes de la pandemia.

(Pausa)

 Mi primera impresión se ha focalizado en lo que me han transmitido los elementos formales de la fotografía y cómo su construcción y significado (el que interpreto) me han servido para buscar y encontrar similitudes con otras imágenes almacenadas en mi memoria. Mi cultura visual ha sesgado mi primer contacto con la imagen. No así la historia de Martina Rodríguez, particular y universal al mismo tiempo, historia que podría ser la de mis antepasados o la mía si llegase a los 87 años. Inmigrantes todos, habitantes de países a un lado y al otro del Atlántico.

   Nuestra empatía se activa cuando pensamos en nosotros mismos…

   No sólo por eso, también cuando nos abstraemos y somos capaces de pensar en la humanidad como una especie condenada a su extinción.

 Cuando eso ocurra, ¿Qué pasará con todas las imágenes que hemos construido?

 


LUIS GONZÁLEZ PALMA

Todo en esta fotografía tiene que ver con el tiempo. La imagen central es un collage que representa una cartografía amorosa, un mapa emocional que la mirada recorre con cierta nostalgia. No puedo dejar de imaginar que en este grupo de retratos hay una especie de calendario secreto, ajeno a la temporalidad que norma nuestro uso del tiempo y nuestras actividades cotidianas. Este precario almanaque contiene, en lugar de semanas y días, imágenes afectivas. Es un altar a la memoria.

Las fotografías de estas personas se animan con la mirada de esta mujer que trata de acariciarlas. Sus vínculos amorosos, sus afectos y sus secretos, cobran vida de nuevo ya que al contemplarlas, de alguna forma las acaricia. Estamos ante un calendario imaginario que nos recuerda también la fugacidad de nuestras vidas. Toda imagen es devorada por la luz. Mientras una imagen envejece, otra se va gestando, nace muriendo. El sol ha regulado los tonos de estas fotos, los ha ido desvaneciendo, les ha impuesto un orden, una cronología. Nacemos para morir, nosotros y las imágenes que nos representan.

En este momento en donde la pandemia genera un impasse sobre nuestras vidas y altera nuestra temporalidad, pareciera que todo se detiene; pero es una ilusión, el tiempo dilatado en que vivimos está cargado de miedos y ansiedades que fluyen por nuestras venas. Vivimos un tiempo viscoso, arrugado, como el de la mano temblorosa de la anciana que desea sostener sus recuerdos impresos en cada uno de estos rostros, desea evitar que estas imágenes se disuelvan hasta convertirse en fantasmas que habitan en un reducido rectángulo, vacío y húmedo. En realidad, desea sostenerlas ya que sabe que estas imágenes son, a pesar de su irremediable deterioro, las que la sostienen. Estas cápsulas de tiempos concentrados son las que le dan sentido a su abrumadora incertidumbre.


Publicado en LUR. Es una publicación de Muga, editorial especializada en teoría y escritos sobre fotografía

 

La mirada oblicua es una iniciativa de Luis González Palma a la que invita a Graciela De Oliveria, creadora y directora del proyecto Demolición/Construcción (Córdoba, Argentina), al psicoanalista Mariano Horenstein y a Ros Boisier, codirector de LUR,  a “que escribamos sobre las imágenes de la pandemia del COVID-19 que considero relevantes de ser pensadas y verbalizadas” con el deseo de que “se genere un espacio de encuentro y diálogo en el que se reflexione y debata sobre las imágenes que configuran nuestra manera de ver el mundo en este momento de desconcierto e incertidumbre, pero también de resistencia y esperanza”.


COMENTARIOS

Marie Geneviève Alquier

No sé si me significa más la mano de esa anciana o el primoroso soporte de los retratos, su simplicidad amorosa, y cómo está colgado del plato decorando la pared herida.

 

Martín M.

Lo curioso es la posibilidad de establecer dos caminos de lectura que no son contradictorios, sino más bien hasta cierto punto, complementarios.

Por un lado está la cuestión inevitable de cómo las imágenes del pasado de nuestros seres nos generan una sensación de bienestar a la vez que nos embargan de nostalgia, sin embargo es una nostalgia cómoda, que hasta cierto punto disfrutamos al volver a pasajes de la memoria que se disparan a partir de los retratos de otros sujetos, particularmente desde sus miradas: cuando alguien es fotografiado y mira directamente a la cámara hay una suerte de doble discurso, el de la mirada misma del ser capturado y el de la mirada de aquel que captura esa primera mirada. Ya luego hay una tercera mirada del espectador que une los puntos y establece un discurso mucho más propio que lo invita a encontrar refugio en las imágenes, una suerte de: cuyo recuerdo (imagen, fotografía, mirada) me sostiene cuando su ausencia me abruma.

No se fotografía a una anciana mirando las fotos de sus seres queridos, sino que se fotografía el sentir de la mujer al ver otras imágenes. A nosotros, espectadores, se nos muestra la reacción de un espectador que deviene objeto-sujeto.

 

Enrique Lista

El poder de una fotografía, como el de todo símbolo, radica en su imprecisión. Aportamos subjetividad a las imágenes porque no solo la permiten, sino que la esperan. Con ello las hacemos nuestras y participamos de ellas. Intercambiamos vida por sentido. Pretendemos hacerlas hablar, pero son nuestras voces las que hablan.

 

Péricles Dias

La escena me resulta familiar, mi madre suele acumular fotos tipo carnet de sus hijos en la montura del espejo del tocador. No se trata de una persona especialmente melancólica o coleccionadora, creo que está más interesada en el gesto poético, en el hecho material, en el presente.

En la imagen de Andrea Hernández, el gesto poético de Martina queda patente en la esterilla de palma, en esta trama que tejió para fijar fotografías queridas, colgada como si fuera un cuadro. La materialización de una ausencia, o un conjunto de ausencias, pero también el adorno, el objeto.

 



LA MIRADA OBLICUA: MATILDE COMPODÓNICO

 2020/11/18

LA MIRADA OBLICUA

“Detenerse, ver, contemplar y pensar la imagen es un acto político que necesita ser elaborado desde una poética que nos ayude a imaginar futuros posibles. Futuros cuyos límites habrán de ser siempre contingentes y diversos”.

 Luis González Palma



 GRACIELA DE OLIVERIA

Yo fui ocupado por todo lo que perdí (Gabo Ferro)

En estos viajes propuestos por LUR a través de fotografías, ligadas por la pandemia, voy tratando de develar ciertas conexiones entre la realidad que recorta cada imagen, los diversos aislamientos y mis inquietudes actuales.

Matilde Campodónico, fotógrafa, dice que todo ahora tiene que ver con el cuerpo, que no nos podemos tocar, y es cierto.

Pero el acto de fotografiar siempre ha implicado la distancia con el otro, ‘distancia’ que sabemos, tiene su lado oscuro. La toma se queda con la imagen sin tocar al retratado, quien la mayoría de las veces desconoce que fue capturado.

Otra distancia es practicada por quienes vemos imágenes ya publicadas y las comentamos. Es inevitable mirarlas a través de nuestro estado anímico presente y, en este momento particular, queremos explicarnos algo de lo que nos está ocurriendo.

En los registros actuales centrados en el aislamiento entre personas y lugares, percibo ciertos mensajes vinculantes, cierta información inconsciente y colectiva. Porque la incertidumbre provoca una supresión de futuro como ideal a lograr y trae un pasado que, tal vez, no hubiera aparecido antes.

No hablo de recuerdos (con los que trabajo mucho en mis investigaciones), sino del retorno de anteriores microacciones que practicábamos sobre el cuerpo, la casa, el patio, el barrio, los espacios abiertos de la ciudad. Y sí, en este contexto no es raro tener la necesidad de vincular lo que se pueda, el pasado con el ahora, el presente con la casa, la soledad con actividades inventadas (salir a caminar, tomar fotos, escribir comentarios en las redes). Por eso, desde una mirada oblicua y con imaginación, les invito a pensar otras no-ficciones con estas coincidencias vinculadas a la ciudad y a la casa:

Una performance no anunciada ocurre frente al Río de la Plata, un muchacho camina con una casa en la cabeza por la simbólica rambla de Montevideo, la Rambla Sur. Expectante, Matilde sale con su cámara a registrar escenas de la ciudad, una acción solitaria quiere ser registrada; en Uruguay nunca hubo cuarentena obligatoria.

En Indonesia el joven fotorreportero Joshua, afectado por un bombardeo mediático viral, se retiró a la seguridad de su casa.

En Caracas, la abuela Martina está siempre en su casa y tiene a su familia a salvo de la pandemia.

En Montevideo el muchacho-casa sale cada tanto al espacio público con una casa para los pensamientos, suyos y nuestros.

 


MARIANO HORENSTEIN

La figura es la de un militante introvertido a quien la fotógrafa sorprende mientras camina a lo largo de la rambla. Podría ir de cara descubierta y aun escamotearle al otro su ser, pero este muchacho toma precauciones y se oculta una y otra y otra vez. Se oculta tras su barba, tras su barbijo, tras la máscara que se ha construido y usa a modo de yelmo.

Es la contraparte perfecta del rostro que se ofrece al fotógrafo en el estudio, o incluso de aquel que se entrega fugazmente al cazador furtivo. Ese rostro que se entrega a quien lo captura para construir una obra en colaboración.

Aquí quien aparece en la imagen se ausenta mientras se deja ver, convertido en hombre sándwich, en pancarta. Su proclama ambulante, en la que quizás crea, es sin embargo un oxímoron o una burla: invita a quedarse en casa mientras pasea a la vera del río.

El joven, convertido en espectro o en caracol con su casa a cuestas, lleva escritas en sí tres palabras que habrán definido una época. Mucho más que un eslogan, tres palabras que son una respuesta inmunitaria social, y a la vez asunción de nuestra fragilidad.

Como un quijote tímido recién apeado de su caballo, también nos habla de cómo las palabras y las casas, además de las cosa, configuran nuestros pequeños mundos, cómo la mente se ambienta amoldándose al espacio que la acoge, cómo lo familiar es la matriz que esculpe silenciosamente nuestro cerebro.

Mientras, se las ingenia para sentirse en casa en cualquier lado.

 


ROS BOISIER

Salir a la calle y ser indignante. Escenificar una anécdota. Una anécdota peligrosa. Indignante. Una figura que indigna y el paisaje que calma, que sana.

El paisaje a pesar de todo.

La gracia. Representación de lo ligero con mar de fondo. Encuadre de lo espontáneo, de lo ordinario. Andar pausado, evadirse del mundo. ¿Por desprecio?, ¿por rebeldía?, ¿por inconsciencia? Ser indignante y no saberlo.

Ser ligeros cuando la muerte nos apague, ligeros de un modo definitivo, radical, seres profundamente ligeros. Ligeros con sentido.

Salir a la calle y ser indignante. Indignar. La diadema de la ironía, hueca por simpatía. La sonrisa del cómplice que NO se indigna. ¡Indignante!

Libertad, respeto, tolerancia, igualdad, justicia. Recursos democráticos para seres (in)civilizados, estandarte de la condición humana, de la estupidez encarnada en sí misma, en la anécdota, en la (des)gracia. Democracia para hacer, democracia para decir. Solidaridad para el vulnerable. Democracia para empatizar. Para equilibrar.

No hay gracia. No hay simpatía. Sí provocación por ironía. Muerte por imprudencia civil.

Salir a la calle y ser indignante. Indignar. Ser imprudente.

Diagnóstico: antipatía.

Salto al horizonte. Calma en el paisaje. Contraste por equilibrio. Sosiego. Ver la pillería e indignarse. Decencia en la denuncia. Violencia en la denuncia por reproche. Reproche y violencia por antipatía. No hay gracia. No hay simpatía.

Hay imagen, hay palabras, hay paisaje. Hay indignación por empatía.

 

 LUIS GONZÁLEZ PALMA

Esta fotografía nos presenta una gran ironía.

Puedo entender la necesidad adolescente de desmantelar una medida social a partir de un gesto performático, es decir, usando el cuerpo como medio para mostrar una experiencia que no deja una huella escrita. Este gesto o acción sirve para mostrar socialmente la paradoja: salir de casa, sin salir de ella. Esta casa, más que una máscara es una especie de casco, lo protege, pero lo limita. ¿La lleva a cuestas, o es ella la que lo lleva a él?

En realidad, estamos sujetos a nuestras primeras experiencias, al espacio y al contexto en donde las vivimos: la casa, su jardín, el barrio, el país. Usualmente utilizo una frase que, de tanto mencionarla, me la he apropiado: “Nadie sale ileso de la infancia”. La utilizo porque intento decir que la llevamos a cuesta y con ello nuestra visión del mundo, por muy limitada o amplia que esta sea. Somos seres que vivimos a la intemperie, no hay albergue posible que nos pueda proteger o aislar.

Si la fotografía de este joven caminando por la calle hubiera sido tomada en un momento ‘prepandémico’, ¿qué pensaríamos? Una posible lectura sería que, quien tuvo la suerte de tener una casa, aunque quiera salir de ella, independientemente de las condiciones en las que viva, no puede; de alguna forma, siempre está en ella, ya que simbólicamente la lleva a cuestas aunque no lo perciba, y viéndolo así, esta imagen es la representación visual de un oxímoron.

Pienso que la idea de “casa”, en sentido metafórico, es ese espacio/tiempo poroso en donde se construye la idea de hogar y, por lo tanto, la de la relación con el otro y con el mundo. Es parte constitutiva de nuestra subjetividad. Posiblemente lo que esta imagen muestra es que es imposible resolver la paradoja (hecho contrario a la lógica) que presenta porque siempre acarreamos la casa fundacional. Vagabundeamos por la vida con la herida oculta, caminando por ciudades semivacías y temerosas. 

Para ser más preciso, una de las preguntas que esta imagen me sugiere es: ¿no será que la verdadera casa es el cráneo?


 

Publicado en LUR. Es una publicación de Muga, editorial especializada en teoría y escritos sobre fotografía

 

La mirada oblicua es una iniciativa de Luis González Palma a la que invita a Graciela De Oliveria, creadora y directora del proyecto Demolicion /Construccion  (Córdoba, Argentina), al psicoanalista  Mariano Horenstein y a Ros Boisier, codirector de LUR,  a “que escribamos sobre las imágenes de la pandemia del COVID-19 que considero relevantes de ser pensadas y verbalizadas” con el deseo de que “se genere un espacio de encuentro y diálogo en el que se reflexione y debata sobre las imágenes que configuran nuestra manera de ver el mundo en este momento de desconcierto e incertidumbre, pero también de resistencia y esperanza”.



LA MIRADA OBLICUA: GABRIELI GALIMBERTI

 2020/11/05

LA MIRADA OBLICUA


“Detenerse, ver, contemplar y pensar la imagen es un acto político que necesita ser elaborado desde una poética que nos ayude a imaginar futuros posibles. Futuros cuyos límites habrán de ser siempre contingentes y diversos”

(Luis González Palma)


© Gabriele Galimberti

 


GRACIELA DE OLIVERIA

Se ha podido viajar de Montevideo a Milán durante la cuarentena porque el aeropuerto uruguayo se ha mantenido abierto.

Pero en esta fotografía hay otro viaje: al pasado reciente. Pasaron seis meses desde que esa mujer fuera retratada por Gabriele Galimberti contemplando un ataúd en la morgue de uno de los mayores cementerios de Milán.

“¿Cómo podemos llorar la pérdida cuando el coronavirus nos obliga a separarnos?” Pregunta Craig Welch en la nota de National Geographic, que esta y otras fotografías ilustran con reflexiones sobre cómo la pandemia ha cambiado los ritos funerarios.

En la imagen, del rostro de la mujer que contempla, sólo vemos el reflejo en eco por el doble vidrio que separa el pasillo de la sala, otra manifestación de que la imagen especular continúa siendo un motivo alegórico para el encuadre fotográfico. Entre los dos vidrios, la inerte cámara de aire resulta ser el único espacio incontaminado, fuera de allí todo está afectado y puede ser contagioso.

Craig Welch menciona que Paula Bronstein, quien documentó guerras, terremotos y hambrunas, no estuvo preparada para ver —desde un coche de alquiler—cómo enterraban el ataúd de su padre. Muchas preguntas podrían desprenderse de estas declaraciones.

¿Cómo encaran sus trabajos los profesionales de la comunicación cuando el que se muere es un desconocido? ¿Cuánto pueden documentar sin anestesia emocional?

Craig Welch  también trae a su nota a George Bonanno, quien hablando del duelo nos asegura que el dolor y la tristeza “son muy adaptables” y que, estadísticamente, casi dos tercios vuelven a la normalidad tras unos pocos meses, un cuarto tardan uno o dos años, y del cinco al diez por ciento pueden necesitar muchos años para afrontar una pérdida.

¿Ilustra la fotografía de Gabriele Galimberti estas declaraciones?, ¿asiente él con ellas? ¿Hasta qué punto acuerdan los fotógrafos las notas periodísticas que sus imágenes acompañan?

Duelo y trabajo: En Indonesia el fotógrafo Joshua Irwandi trató un cadáver momificado al estilo siglo XXI.
En Caracas, la abuela Martina (foto Andrea Hernandez) tiene, aunque un poco abandonado, un taller de costura para hacer algo en casa.

En Milán, Gabriele retrata un reflejo humano frente a su doble posibilidad de muerte. O quizá sea un retrato de la humanidad del Norte toda y sus mausoleos asépticos. Que el Sur sea nuestro Norte, propuso Torres García en 1943. En el Sur, tantas muertes se producen a la intemperie y son enterradas en fosas comunes. Desde hace siglos. Y los duelos aún prosiguen.

 


MARIANO HORENSTEIN

¿Cuál es el centro de gravedad de una imagen? El punctum, ese anzuelo en donde muerde nuestra mirada es un asunto de quien mira, atado a cómo la imagen gatilla circuitos diferentes en cada espectador. Nuestro modo de mirar es también un modo —único— de responder a los estímulos del mundo. Cada quien mira lo que puede, desde dónde puede.

Como siempre, aunque aquí de modo más notable, es la imagen la que nos mira. Mejor dicho, un par de rostros enmascarados (¿o son uno en realidad?) miran el cajón de madera lustrada, sobrio envoltorio de un cuerpo al que solo puede velarse tras un vidrio.

Habrá alguien para quien la nitidez del féretro sobre ruedas capture su mirada. En mi caso son los ojos que miran quienes me atrapan. Suele representarse a la muerte de modo brumoso, fantasmático. En cambio aquí son los rostros los que se difuminan y el cajón aparece inapelable. Sin nadie que lo empuje, podría pasarse una eternidad allí.

Nos toca un tiempo en el que los rituales están condicionados. La muerte precisa de rituales, bajo pena de prolongar el dolor ad infinitum. La pandemia obliga a despedirse de lejos, potencia la soledad de los muertos tanto como la de los vivos.

Fotografiar también es un ritual, un modo donde lo que se pierde logra socializarse. Aunque sea a través de un cortejo de pantallas. Aquí y allí, por medio mundo, la imagen desplegada en nuestras pantallas consigue restituir la compañía, la dignidad de una despedida.

La trama de pequeños mosaicos grises de la pared parece un tapiz apretado de ceros y unos, una trama digital que acentúa el carácter fantasmático de lo que se muestra. También los números en los papeles, el orden de los muertos quizás, replican ese efecto: de algún modo, nuestras biografías pueden codificarse como un puñado de ceros y unos. Nos ilusionamos con tener cuerpos, historias, vínculos, y al final del camino nos encontramos reducidos a una cadena numérica.

La peste, por momentos, pareciera destilar algunas marcas de la especie que la normalidad a la que estábamos acostumbrados velaba.

 

ROS BOISIER

La distancia no solventa el temor por el deseo. Prolongada incertidumbre. Devenir en pérdida la vida. Distancia entre unos reflejos que son cuerpo y un cuerpo hermético oculto. La cercanía emocional también como distancia, como distancia de alerta. Marcar distancia para la despedida. La distancia como frustración.

La imposibilidad de la despedida por distancia obligada, esa que funciona como señal de peligro y que respetamos sin opciones, ¿y por miedo? ¿Cómo ejerce el miedo entre un ser amado que hemos perdido y la propia vida? ¿Cómo gestionamos una despedida tan abrupta, estructurada y restrictiva?; ¿es esta situación límite un consuelo ante la pérdida? No lo sé, no quiero saberlo. Saber aquí es haberlo vivido.

Esta imagen de la pérdida, de la despedida, de la distancia y de la espera es consecuencia de unas circunstancias y a la vez predicción de unos acontecimientos, ambos lamentables.

Si en un momento la ignorancia nos había exculpado, ahora, esa entendida ignorancia… La respuesta correrá a cargo de la Historia, ella dispondrá ante nosotros su inteligencia para permitirnos analizar con perspectiva, mientras tanto, las preguntas no cesan porque es la herramienta (como la imagen también lo es), con la que interpelamos, nos interpelamos: entonces, quiero saber (para conocer), ¿cuántas escenas como esta o como la de la fotografía de Joshua Irwandi necesitamos ver para comprender la relevancia del momento que estamos viviendo? O, acaso, ¿debemos vivir las circunstancias, padecerlas, porque las imágenes y los relatos nos distancian de los hechos más que acercarnos a ellos?.

Este no es un cuestionamiento hacia aquellos que no se resignan a sacrificarse por el bien común, tampoco la reafirmación para los resignados, es la interpretación de algunos hechos recientes mediante la lectura de datos y la observación social.

 


LUIS GONZÁLEZ PALMA

Toda persona que muere, muere sola, pero no del todo. En la cultura occidental la despedida de un ser querido es un ritual y, como todo ritual, tiene sus reglas, sus secuencias y su tiempo. El ritual de despedida es indispensable para empezar a elaborar el duelo.

La pandemia ha modificado nuestros rituales de muerte. Las medidas preventivas no permiten la cercanía, ni con el muerto, ni con el féretro, y en general, tampoco con los seres cercanos y con ello se genera una experiencia inédita relacionada con el velatorio, el entierro o la incineración.

En relación a esta foto, percibimos la totalidad de un instante cuyo foco se centra en ver un féretro. Cualquier otro detalle carece de toda importancia.

Pero, ¿qué es lo que estas dos personas (no el fotógrafo que las registra) ven cuando ven ese féretro? ¿Qué pasa por sus cabezas al ver ese ‘recipiente’ en donde morará eternamente su ser querido? Pienso que al ver un féretro no vemos lo que vemos: un espacio ocupado por un cuerpo muerto, habitado por millones de bacterias que trabajaran para desnudar a un esqueleto. Todo lo contrario, vemos un manojo de recuerdos visuales, olfativos, táctiles y sonoros que se entremezclan, se sobreponen, se entrecruzan. Recordamos con los ojos vaciados: no vemos, sentimos. Es así porque una parte nuestra muere con el otro. Nuestra mirada se cancela y, perdiendo su sentido, muere por un tiempo. El féretro no es una imagen fija, es una especie de pantalla en donde proyectamos la pérdida.

Podría aventurarme a decir que nuestras vidas transcurren en espacios dentro de espacios. La piel humana es la frontera de nuestro cuerpo, el féretro funciona como una piel simbólica para el cadáver, el cementerio, la piel de donde se encontrará lo que llamamos ‘la última morada’. Un nicho tapiado y una lápida para el olvido. Espacios dentro de espacios, pensados y construidos para albergar memorias que el tiempo se encargará de disolver y convertir en olvidos.


 

Publicado en LUR. Es una publicación de Muga, editorial especializada en teoría y escritos sobre fotografía

 

La mirada oblicua es una iniciativa de Luis González Palma a la que invita a Graciela De Oliveria, creadora y directora del proyecto Demolicion/Construcción (Córdoba, Argentina), al psicoanalista Mariano Horenstein y a Ros Boisier, codirector de LUR,  a “que escribamos sobre las imágenes de la pandemia del COVID-19 que considero relevantes de ser pensadas y verbalizadas” con el deseo de que “se genere un espacio de encuentro y diálogo en el que se reflexione y debata sobre las imágenes que configuran nuestra manera de ver el mundo en este momento de desconcierto e incertidumbre, pero también de resistencia y esperanza”.