GRACIELA DE OLIVERIA
En este nuevo
destino de viaje aterrizamos, de noche, sobre la azotea de un edificio en Lima
para asistir a la muestra fotográfica “(Ir) real” de Morfi Jiménez: una
serie de proyecciones de fotografías analógicas con el fondo del paisaje
nocturno de las torres del San Isidro District.
El proyecto
alude al distanciamiento social y a la sensación del fotógrafo de percibir que
lo que está sucediendo es algo impensable como realidad.
Anoto en mi
bitácora de viaje:
(Ir)real,
puede tener el ‘ir’ entre paréntesis porque la gente está encerrada en sus
departamentos y es un verbo poco conjugado en estos días.
Pero, también
ese paréntesis podría estar conteniendo un deseo solapado de ir a
lo real.
Porque, si bien
esta fotografía se titula Mis padres y es parte de un proyecto
artístico, al referir a una realidad global puede encarnarse como una
consecuencia o una respuesta local ante la situación pandémica generalizada. A
la cual, como a cualquier otra, es posible encontrarle vinculaciones sociales,
políticas o algo que la obra representa de su contexto y que excede lo
biográfico del autor.
Al respecto de
lo real y de Perú, recientemente participé del seminario La ética en el
arte de Luis Camnitzer, quien en una de sus charlas nos dejó la siguiente
pregunta (que ahora dejo a ustedes): “¿Cómo creen que actuaría el pensador
peruano José Carlos Mariátegui en estos tiempos?”
Tiempos y redes
sociales (y otras sugerencias para pensar no-ficciones):
Mariátegui
adaptó las teorías socialistas europeas a la realidad indigenista del Perú,
hace casi unos cien años atrás
Martina, la
anciana de origen español, contó que una de sus hijas sólo pudo ir a verla una
vez en dos meses, llegó a pie, luego de una hora de caminata, porque no hay
gasolina en Caracas.
En Milán y
Bérgamo, las morges saturaron ya en el pasado mes de abril y los ataúdes
fueron acumulados en las iglesias, donde nadie acudió a velarlos.
Al reportero
indonesio Joshua le han dado más de 32.500 ‘me gusta’ a la foto del
cadáver momificado publicada en Instagram el pasado 14 de julio.
¿Habrá visto
los ‘me gusta’ de su foto en las redes el muchacho casa que
deambulaba por Montevideo?
Con la
obra Mis padres, Morfi ganó el segundo premio en el concurso Desde mi
ventana, organizado por la Unión Europea de Perú.
MARIANO HORENSTEIN
Como los muebles lustrados una y otra vez,
las imágenes tienen capas. No siempre nos es dado asistir al modo en que
cada imagen se construye como tal, multilaminada. Y a menudo las capas de
sentido que les asignamos en cuanto las miramos —en ese momento en que las
imágenes pasan a ser de quien las mira— destinan al olvido cada una de las
ligeras películas de experiencia con que se las acuñó.
En esta
fotografía, ante el cielo estallado de Lima en el año de la peste, un artista
ha proyectado las imágenes de cada uno de sus padres. Ambos con sus bocas
tapadas por barbijos.
Si uno pudiera
superponer las fotografías de toda una familia en un mismo formato, los rasgos
comunes se solaparían y las diferencias de cada individuo del clan tenderían a
diluirse. La imagen que se leería así sería la de un rostro por un lado
inexistente, y por otro el emblema de ése —y no otro— mínimo ensamblaje humano
necesario para la continuidad de la especie.
Si el fotógrafo hubiera superpuesto con
exactitud ambas fotografías proyectadas, hubiera adivinado su propio contorno
de hijo en las líneas más oscuras de la imagen.
Pero no lo
hizo. Las figuras están desfasadas, sus tamaños difieren, sus miradas divergen.
Como si esta vez se tratara de resaltar la diferencia frente a la uniformidad
impuesta del tapabocas.
Cuando miramos
una imagen que se ha titulado como Mis padres, miramos a un hijo mirándose
a través de ellos, reflejado en ellos.
Miramos a
alguien intentando adivinar el deseo del que es efecto, con la muerte
anticipada como telón de fondo inevitable.
Miramos por
sobre el hombro de quien ha fotografiado, de quien se mira escudriñando lo que
lo hace distinto.
Miramos como si
espiáramos una escena íntima a la que no hemos sido invitados.
ROS BOISIER
Hace tiempo que
no deambulo por la nocturnidad de una ciudad, al menos no como aquellos años de
calles silenciosas, de sombras arbóreas y asfalto mojado.
Alejada de las
luces de las farolas ensayaba la invisibilidad como táctica de sobrevivencia.
En los intervalos entre la luz y la
oscuridad aprendí todo lo que sé de la noche, en el sobrio ensimismamiento de
ser uno mismo cuando todos duermen.
Pronto supe que nadie es invisible ni
estando oculto en sus propias sombras.
No reconozco
esta ciudad, no es la de mi nacimiento ni las de mi cobijo.
No hay
estrellas, no hay Luna.
Hay ciudad y su murmullo es visual, es
lumínico.
Permanecer en
casa, estar, pertenecer, y su símbolo es la luz, señal de vida. Nunca vi tanta
energía en las ventanas de mis paseos nocturnos no es su densidad, es pacto
social.
Pertenecer,
permanecer. Como esos cuerpos maternales/paternales fundidos entre sí
permanecen en su pertenencia afectiva, dos imágenes unidas para ser una
proyectada en silencio delante del murmullo.
Dos cuerpos que en su unión representan la fuerza que sustenta a la familia,
esa idea de familia como núcleo social, como micromundo del afecto.
La
representación responde al mundo de las ideas.
La imaginación
zurce lo abstracto para dar forma a esas ideas
La
representación es una pieza fantasmal, unión de símbolos y concesiones. La
proyección es fantasmal, nos atraviesa y la atravesamos. Queremos retenerla
como Morfi Jiménez que la intercepta con una tela para registrarla, para que
permanezca porque se difumina, como los recuerdos.
Recuerdos y
fantasmas, nada más difuso y abstracto, como las escenas de mis paseos
nocturnos por Temuco, cada vez más lejanos, cada vez más borrosos.
LUIS GONZÁLEZ PALMA
Como en la teoría de conjuntos
matemáticos, vemos una tela sobre la que se proyectan dos retratos que en un
punto se mezclan, se sobreponen, se complementan. Uno se incluye en el otro en
un espacio de pertenencia mutua. Son fantasmas que habitan, mientras dure la
noche, una ciudad que al parecer padece de insomnio.
Llama la atención cómo los dos
retratos, proyectados sobre una sábana a partir de una potente luz, impregnan
de ilusión nuestra mirada, sus rostros son simplemente luz proyectada, doble
ilusión
sujetada delicadamente con pinzas.
Me tomo la licencia de imaginar
que el dispositivo creado a partir de la proyección de estos rostros no se hizo
solamente para la toma de la fotografía, más bien tiendo a pensar que la
proyección duró toda la noche y todo el día. De esta forma, puedo percibir que estos dos retratos, con
miradas perdidas y hasta cierto punto resignadas, esperan el amanecer para ser lentamente devorados
por la luz del sol.
Desde esta perspectiva, creo que
lo que este dispositivo presenta es algo que dentro de nuestra cultura
occidental tratamos de soslayar: la idea de que nos desvanecemos como humo en
el viento.
Posiblemente sea necesario
aceptar, o afrontar sin tanto drama, y con cierta imperturbabilidad, que
lentamente estamos extinguiéndonos en nuestro cambiante presente.
No es tarea fácil aceptar que
nacemos para ir muriendo lentamente, pero eso es precisamente lo que esta obra
de alguna forma presenta. La pandemia que vivimos, lo único que hace es
remarcar y amplificar ferozmente esa consciencia. Basta con ver esa mancha en
donde dos seres se desintegran y se unen.
Publicado en LUR. Es una publicación de Muga, editorial
especializada en teoría y escritos sobre fotografía
La mirada oblicua es una
iniciativa de Luis González Palma a la que invita a Graciela De Oliveria,
creadora y directora del proyecto Demolicion/Construcción(Córdoba,
Argentina), al psicoanalista Mariano Horenstein y a Ros Boisier, codirector
de LUR, a “que escribamos sobre las imágenes de la pandemia del
COVID-19 que considero relevantes de ser pensadas y verbalizadas” con el deseo
de que “se genere un espacio de encuentro y diálogo en el que se reflexione y
debata sobre las imágenes que configuran nuestra manera de ver el mundo en este
momento de desconcierto e incertidumbre, pero también de resistencia y
esperanza”.