2022/06/28
Uno empieza a despedirse de la vida cuando te das cuenta que "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.
Hermano Humberto, la reflexión es un estado anímico que no se ha
prodigado verdaderamente en estos tiempos convulsos. Este poco prodigado prodigio,
en mi sí ha calado y brotado, pero que me conduce al castigado rincón de la
desesperanza, por la soledad de esos sueños despiertos. Sueña hermano, que hay
alguien al otro lado del mundo que te lee despierto. (Manuel Iglesias Juanes).
AMANECER ENTRE LA LLUVIA Y LOS RECUERDOS
(Humberto Berrezueta Durán)
El invierno se ha prolongado, hoy
amaneció lloviendo copiosamente y no paró hasta el mediodía. Entre la
musicalidad de la lluvia me desperté, sabía que afuera la vida era gris, de
colores desvanecidos, calles y plaza del pueblo sin almas, todos arrinconados
en nuestras casas, empujados por la peste. Entre reflexiones de mis atinos y
destinos del camino de la vida, abandoné las sábanas de invierno para empezar
el día entre habitaciones y escalones que crujen al subir y bajar las escaleras
antiguas. El aroma de un café me llevó hasta la concina, allí, entre sorbo y
sorbo me llegaron los recuerdos de mi época de estudiante de colegio. La
atmosfera de este día lluvioso era como de aquella época, como si estuviera
viendo un fragmento de una vieja película analógica con pocos contrastes de
color.
En el colegio todos los años en
diciembre, por navidad y fin de año, como era de esperar, teníamos vacaciones,
con ilusión de ver a la familia y a los amigos venía de la ciudad a mi querido
pueblo de Pucará, una parroquia lejana, pequeña y de pocos habitantes. Los
inviernos eran intensos y las calles de tierra lo notaban, algunos charquitos
de agua y lodo por doquier, esto obligaba a caminar siempre por los portales de
las casas, así evitabas que se embarren los zapatos y las vastas de los
pantalones. Se paseaba en soledad, te cruzabas con uno que otro vecino, a veces
con ninguno, ideal para ir de un lado a otro con un libro en la mano, se podía
leer a placer, tiempos pasados y nostálgicos; en la actualidad es distinto, hay
ruido por el tráfico, transeúntes y leer caminando entre los portales no es
posible, no te sientes cómodo y te verías extraño.
Mientras continúo con mi café
sentado a la mesa, desde este mismo sitio que se ve en la foto, hace cerca de
tres décadas, cuando me cansaba de recorrer los portales, aquí era mi trinchera
para leer mientras llovía sin parar, mi madre a gusto conmigo, por las tardes,
en la tullpa (fogón de leña), tostaba el café en cazuela de barro, caramelizaba
con azúcar y luego ponía en una bandeja, yo tenía que remover hasta que se
enfríe y los granos queden sueltos, después me tocaba moler a mano, en un
molino de marca corona.
Mi padre, gran bebedor de café,
se encargaba de poner la taza bajo el filtro para recoger la primera media taza
y se bebía para decir si la calidad del café y tostado estaba bien.
Pasábamos las tardes en esta
cocina mixta de leña y de gas, de paredes de adobe revocado y techo de eternit,
arquitectura vernácula de esos tiempos y gracias a Dios aún se mantiene. Por la
ventana de la cocina se miraba las montañas de Betania, San Luis, LLimbi,
Chuqui, la parroquia de Shaglli. Los inviernos de entonces eran muy crudos,
cuando el frío apretaba casi con seguridad caía granizo en las montañas, era
bonito de ver los cerros blancos después de la tempestad.
En aquel tiempo, impensable
internet, las redes sociales, los celulares, ni teléfonos convencionales, nada
de tablet, ni libros electrónicos. Por eso para venirme al pueblo ponía en la
mochila unos libros pedidos a la biblioteca del colegio, entre lecturas y con
una tasa de café pasaba las tardes y siempre mirando desde la ventana como las
nubes se precipitaban a veces como una leve llovizna, otras con descargas
torrenciales o tormentas eléctricas con rayos y estruendos desgarradores.
Esta mañana, como hace décadas
atrás, el ambiente era casi un calco de esa época, ya sabemos que la naturaleza
tiene sus propias leyes y manifestaciones cíclicas que se repiten, a pesar de
que la relación hombre naturaleza han ido evolucionando, hay fenómenos que se
repiten, pero ese concepto de los habitantes andinos de respeto y culto a la
Pacha Mama, a la madre naturaleza ojalá nunca se pierda.
Cierto año, no recuerdo en que
curso lectivo estaba, me dio por leer a Pablo Neruda “Cien Sonetos de amor” y
“Veinte poemas de amor y una canción desesperada” la lectura de estos libros
era en esa época que te enamoras de la compañera del colegio y muchas veces te
quedas en esa nube de amor platónica y nunca llegas a nada, y más parece que
estos versos del poema “Canción desesperada” de Neruda lo dicen todo:
Todo te lo tragaste, como la
lejanía.
Como el mar, como el tiempo.
¡Todo en ti fue naufragio!
Motivado por estas lecturas y con
ese osado atrevimiento, profano en la materia, escribía unos versos, cuyos
manuscritos lo perdí, ¿Quién sabe dónde? Pero, recuerdo con claridad parte de
uno de esos textos que dedique a una muchacha del pueblo, que en esas
vacaciones no estaba:
“Inclinado por tu ausencia,
pretendo atraparte por doquier
mas tu silencio azota en torno
mío
y me siento anclado en el puerto
del olvido”
Fueron esos tiempos y que bien hoy los recuerde porque con el paso de los años como escribe Neruda:
“Nosotros,
los de entonces, ya no somos los mismos”.
Abril 2021
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