2023/05/17
Escena muy cinematográfica.
Parecería sacada de un fotograma de una película
William Eggleston rompió el
paradigma de su tiempo al realizar fotografía con intención artística pero en
color, que estaba reservado para la publicidad y la fotografía de aficionados.
Detrás de la engañosa apariencia de casualidad en esta foto subyace un intenso sentido de la forma, del color y de una mirada dotada de un potente significado de lo ordinario. Ha de comenzarse por observar la forma y el encuadre de la pieza, el ángulo de vista, la composición, el juego de color. Más bien parece una refracción única de lo banal y lo evocador.
No constituye una narrativa en el sentido estricto, sino más
bien “es misteriosamente evocadora, que apunta hacia una historia”. Un pozo de
posibilidades imaginativas.
Si Sergio Larraín rehuía el centro para situar un personaje, William Eggleston hace aquí lo contrario. Los colores complementarios se refuerzan mutuamente. El rojo del fondo y el verde de los asientos son colores complementarios. Se crea así una atmosfera determinada por la combinación de colores.
En contra de otras opiniones, una figura humana de espaldas genera mucha atención y misterio. Si además se conforma con un peinado harto laborioso y elegante, más incita a la mirada. Una segunda persona queda borrada por el primer plano de la otra, añadiendo aun más misterio. Una distribución equilibrada del mobiliario, una simetría de la escena, en suma una maestría formal.
Dos manos, dos cigarros que rompen esta ordenada simetría. El peinado genera una figura triangular inestable, que rompe la placidez de la imagen.
Una puerta abierta a hacerse preguntas y generar historias como si de una película se tratara. Quizá tenga más que ver, con lo que somos capaces de ver en una imagen, cuando nos liberamos del terrible hábito de querer identificar todo. Bendita ambigüedad.
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