2020/12/04
LA MIRADA OBLICUA
“Detenerse, ver,
contemplar y pensar la imagen es un acto político que necesita ser elaborado
desde una poética que nos ayude a imaginar futuros posibles. Futuros cuyos
límites habrán de ser siempre contingentes y diversos”.
(Luis González Palma)
GRACIELA DE OLIVERIA
Si en
Indonesia la fotografía de un cadáver anónimo causó tremendo debate,
fue porque allí venían negando la pandemia a favor de supuestas conveniencias
políticas.
En Venezuela,
en cambio, las políticas de aislamiento generan conciencia social, aunque
también, resignación. Esto viene siendo tema de los reportajes Retratos de la
pandemia en América, en los que pareciera que el conformismo americano es
generalizado.
Esta fotografía
nos presenta a la familia de Donato y Martina, matriarca española que vive en
Caracas desde joven, ambos ancianos y recluidos por la pandemia. No son
actuales las fotografías, Martina cuenta que ella hizo el tejido de palma como
soporte y fue pegando en él esos retratos. Como
urdimbre vinculante es una metáfora de que la unión familiar está así,
actualizada.
Miro el
rectángulo y me lo figuro como un meet on line con sus participantes
en la pantalla del ordenador: cuánto me gustaría pedir permiso para entrar a
esta reunión y recibir de la mano de Martina su gesto ancestral de bendición, que como toda vieja sabia tiene el poder de
bendecir a la distancia.
Sus
declaraciones me colman de alteridad emocional. A pesar de tanta escasez
circundante, su entereza me lleva a recordar a mi abuela, Ironda. Sus padres
emigraron de Italia a Brasil en las primeras décadas del 1900. Ella, la hija
mayor, siendo aún niña tuvo que ocuparse de sus hermanos y las tareas
domésticas tras la muerte prematura de su madre; si hubiera sido la segunda, luego
de un varón, igual le hubiera tocado el trabajo, así como ser la única sin
tiempo para ir a la escuela. De adulta afrontó una difícil vida de campesina,
crió nueve hijos entre las zonas rurales del sur de Brasil y el norte de
Argentina. Fue, como Martina y su familia, de esa gente que acepta su destino. Invoco a Ironda porque hablaba como habla
Martina, con conciencia de clase y dignidad. Ambas con una humanidad incólume en medio de una realidad detonada en
tantos aspectos.
En el
portarretratos acariciado por Martina, a excepción de la hija minusválida que
cuidó hasta hace poco, todos están vivos.
Es lo que
rescata esta foto de Andrea Hernández, y eso podría ser la principal diferencia
del contenido grandilocuente de la fotografía de Joshua en Indonesia; redime la vida simple dentro de una
situación generalizada y aterradora, los
valores humanos como resistencia a toda calamidad externa. La entrevista le
da entidad ,fotográfica y textual, a
Martina, y un acompañamiento que se extiende al lector. Al menos yo, me quedo
en compañía de las voces de las abuelas, antes europeas y ahora
de chamanas americanas.
MARIANO HORENSTEIN
A esta altura, es sabido que las imágenes nos miran. También se
sabe que se mira desde la propia memoria.
Como no existen retinas vírgenes,
contaré un breve relato. Mientras hacía mi carrera universitaria, uno de los
amigos con quienes vivía tuvo la ocurrencia de inventar una galería de rostros.
Recortábamos las caras de los avisos fúnebres del periódico y las pegábamos una
al lado de otra en un panel colgado de la pared de nuestro piso de estudiantes.
En medio de los rostros que no conocíamos, cada uno de quienes convivíamos pegó
una foto carnet con su propio rostro. En una época en la que la muerte es algo
que le sucede a los otros, nos mezclábamos con los occisos (muertos
violentamente) sin ningún inconveniente.
El efecto que generaba pararse frente a nuestra galería de rostros era cómico.
Nos veíamos y en el acto reíamos. Sucedió una que otra vez que alguien nos
visitaba y reconocía a algún pariente recientemente fallecido. Y reíamos todos
nuevamente.
¿Por qué relato esto ahora? Pues
porque la imagen me evoca a nuestra antigua galería de rostros, solo que
entretanto han pasado más de treinta años, la muerte ya es un dato relevante y no
me causa ninguna risa.
Las fotografías miran desde dentro de otra fotografía y lo que se hace
presente es la ausencia. La ausencia de los que han migrado o de los que
mueren o de quienes crecen y mutan sin que quien mira pueda asistir al placer
de ver cambiar subrepticiamente a quienes se ama. Quienes miran desde las
fotografías formulan un reclamo sin palabras, interrumpen con su mirada la
perorata de los políticos de un bando y otro. Sus miradas se convierten en una exigencia ética.
Y nosotros miramos como la
anciana que mira y estira su mano para no alcanzar nunca las imágenes de
aquellos a quienes ama. Su mano es mapa
y reloj de arena, registra el tiempo que ha transcurrido desde que cada una de
las fotografías que pretende tocar fue tomada.
No alcanzamos a tocar el dolor de
la ausencia. Pero sí aprendemos algo acerca de nuestra mirada: que puede ser un
instrumento capaz de tocar.
Si un ciego puede leer con las manos, nosotros podemos casi tocar
mirando.
ROS BOISIER
Escena 2. Interior
/ día
— La primera impresión que he tenido al ver esta
fotografía de Andrea Hernández es de haberla visto antes.
¿Cómo un déjà vu?
— No, como la repetición de una visualidad
establecida y validada en los medios de comunicación, como una forma aprendida
de mirar, fotografiar y transmitir un mensaje en el cual la fotografía apoya la
información de un texto, no al mismo nivel que la palabra ni mucho menos al
revés, que la imagen sea la que tiene la función de comunicar por sí misma.
(Pausa)
— A cuántas historias distintas podría acompañar
esta fotografía? Me parece que a muchas.
— ¿Acaso esta polivalencia no es una de las
cualidades de la imagen fotográfica?
(Pausa)
— Me parece que lo que esta imagen muestra es la
representación de la tercera edad, la familia y las clases sociales humildes,
temas que transportan por sí solos connotaciones no menos complejas que cuando
los tres se constituyen en uno. ¿Tema recurrente?
— Con esta imagen se nos presenta una visión de la
vejez y la familia en el contexto de la llamada clase trabajadora. Lo he visto
antes, lo hemos visto antes y lo seguiremos viendo, y siempre relacionaremos el
mensaje con ese contexto y sus connotaciones porque lo hemos aprendido a interpretar,
lo hemos interiorizado.
— Hay algo más en esta fotografía.
— Sí, tras ella y lo que representa hay una
historia de vida en un contexto muy concreto: la pandemia y sus consecuencias.
— Pero si vamos más allá de lo que muestra la
imagen, es decir, a la información de la entrevista de la que la fotografía
forma parte, sabremos que la historia detrás de esta es la de Martina
Rodríguez, una española de 87 años que vive en Venezuela desde 1958.
— También sabremos que el portarretratos en el que
vemos a sus familiares fue tejido con hojas de palma por ella misma.
(Pausa)
— ¿Podemos separar las imágenes de su contexto,
del propósito por el cual fueron hechas, de quién las ha realizado y del medio
de comunicación que las ha publicado?
— No, esto no es posible cuando se nos invita a
pensar en las imágenes de la pandemia.
(Pausa)
— Mi primera impresión se ha focalizado en lo que
me han transmitido los elementos formales de la fotografía y cómo su
construcción y significado (el que interpreto) me han servido para buscar y
encontrar similitudes con otras imágenes almacenadas en mi memoria. Mi cultura
visual ha sesgado mi primer contacto con la imagen. No así la historia de
Martina Rodríguez, particular y universal al mismo tiempo, historia que podría
ser la de mis antepasados o la mía si llegase a los 87 años. Inmigrantes todos,
habitantes de países a un lado y al otro del Atlántico.
—
Nuestra empatía se activa cuando pensamos en
nosotros mismos…
—
No sólo por eso, también cuando nos abstraemos y
somos capaces de pensar en la humanidad como una especie condenada a su
extinción.
— Cuando eso ocurra, ¿Qué pasará con todas las
imágenes que hemos construido?
LUIS GONZÁLEZ PALMA
Todo en esta
fotografía tiene que ver con el tiempo. La
imagen central es un collage que representa una cartografía amorosa,
un mapa emocional que la mirada recorre con cierta nostalgia. No puedo
dejar de imaginar que en este grupo de retratos hay una especie de calendario
secreto, ajeno a la temporalidad que norma nuestro uso del tiempo y nuestras
actividades cotidianas. Este precario
almanaque contiene, en lugar de semanas y días, imágenes afectivas. Es un altar
a la memoria.
Las fotografías
de estas personas se animan con la mirada de esta mujer que trata de
acariciarlas. Sus vínculos amorosos, sus afectos y sus secretos, cobran vida de
nuevo ya que al contemplarlas, de alguna forma las acaricia. Estamos ante un
calendario imaginario que nos recuerda también la fugacidad de nuestras vidas. Toda imagen es devorada por la luz.
Mientras una imagen envejece, otra se va gestando, nace muriendo. El sol ha
regulado los tonos de estas fotos, los ha ido desvaneciendo, les ha impuesto un
orden, una cronología. Nacemos para
morir, nosotros y las imágenes que nos representan.
En este momento
en donde la pandemia genera un impasse sobre nuestras vidas y altera
nuestra temporalidad, pareciera que todo se detiene; pero es una ilusión, el
tiempo dilatado en que vivimos está cargado de miedos y ansiedades que fluyen
por nuestras venas. Vivimos un tiempo viscoso, arrugado, como el de la mano
temblorosa de la anciana que desea sostener sus recuerdos impresos en cada uno
de estos rostros, desea evitar que estas imágenes se disuelvan hasta
convertirse en fantasmas que habitan en un reducido rectángulo, vacío y húmedo.
En realidad, desea sostenerlas ya que
sabe que estas imágenes son, a pesar de su irremediable deterioro, las que la
sostienen. Estas cápsulas de tiempos concentrados son las que le dan
sentido a su abrumadora incertidumbre.
Publicado en LUR. Es una publicación de Muga, editorial
especializada en teoría y escritos sobre fotografía
La mirada oblicua es una
iniciativa de Luis González Palma a la que invita a Graciela De Oliveria,
creadora y directora del proyecto Demolición/Construcción (Córdoba,
Argentina), al psicoanalista Mariano Horenstein y a Ros Boisier, codirector
de LUR, a “que escribamos sobre las imágenes de la pandemia del
COVID-19 que considero relevantes de ser pensadas y verbalizadas” con el deseo
de que “se genere un espacio de encuentro y diálogo en el que se reflexione y debata
sobre las imágenes que configuran nuestra manera de ver el mundo en este
momento de desconcierto e incertidumbre, pero también de resistencia y
esperanza”.
COMENTARIOS
Marie Geneviève Alquier
No sé si me significa más la mano
de esa anciana o el primoroso soporte de los retratos, su simplicidad amorosa,
y cómo está colgado del plato decorando la pared herida.
Martín M.
Lo curioso es la posibilidad de
establecer dos caminos de lectura que no son contradictorios, sino más bien
hasta cierto punto, complementarios.
Por un lado está la cuestión
inevitable de cómo las imágenes del pasado de nuestros seres nos generan una
sensación de bienestar a la vez que nos embargan de nostalgia, sin embargo es
una nostalgia cómoda, que hasta cierto punto disfrutamos al volver a pasajes de
la memoria que se disparan a partir de los retratos de otros sujetos,
particularmente desde sus miradas: cuando alguien es fotografiado y mira
directamente a la cámara hay una suerte de doble discurso, el de la mirada
misma del ser capturado y el de la mirada de aquel que captura esa primera
mirada. Ya luego hay una tercera mirada del espectador que une los puntos y
establece un discurso mucho más propio que lo invita a encontrar refugio en las
imágenes, una suerte de: cuyo recuerdo (imagen, fotografía, mirada) me sostiene
cuando su ausencia me abruma.
No se fotografía a una anciana
mirando las fotos de sus seres queridos, sino que se fotografía el sentir de la
mujer al ver otras imágenes. A nosotros, espectadores, se nos muestra la reacción
de un espectador que deviene objeto-sujeto.
Enrique Lista
El poder de una fotografía, como
el de todo símbolo, radica en su imprecisión. Aportamos subjetividad a las
imágenes porque no solo la permiten, sino que la esperan. Con ello las hacemos
nuestras y participamos de ellas. Intercambiamos vida por sentido. Pretendemos
hacerlas hablar, pero son nuestras voces las que hablan.
Péricles Dias
La escena me resulta familiar, mi
madre suele acumular fotos tipo carnet de sus hijos en la montura del espejo
del tocador. No se trata de una persona especialmente melancólica o
coleccionadora, creo que está más interesada en el gesto poético, en el hecho
material, en el presente.
En la imagen de Andrea Hernández,
el gesto poético de Martina queda patente en la esterilla de palma, en esta
trama que tejió para fijar fotografías queridas, colgada como si fuera un
cuadro. La materialización de una ausencia, o un conjunto de ausencias, pero
también el adorno, el objeto.